lunes, 21 de noviembre de 2011

AMÉRICA LATINA

         Es un neologismo que, como sustantivo compuesto alude a una parte del continente americano; geográficamente comprende desde el Río Bravo (México) hasta la Tierra del Fuego, e incluye las islas del Caribe. En el plano sociopolítico y cultural latinoamericanista esta expresión refiere a una entidad autónoma en relación con la América de habla inglesa (Sajona). Como acepción a esta definición, Arturo Ardao dice que la expresión América Latina designa al conjunto de las Américas de lengua española, portuguesa y francesa y ha pasado a ser la preferente denominación político-cultural de un continente, resultando subsidiaria de ella la expresión América del Sur o Sudamérica y América Central o Centroamérica. 
          Debemos al filósofo e historiador de las ideas uruguayo, Arturo Ardao (Montevideo, 1912), el mejor estudio sobre este tema. Lo que sigue aspira a ser un modesto resumen de su obra citada en la bibliografía y de lectura indispensable para todo latinoamericanista.
            El neologismo América Latina fue el resultado del obligado desenlace de contextos histórico-culturales y situaciones político-económicas muy complejas, entre las que cabe destacar el avance de los Estados Unidos de Norte América con su anexión de más de la mitad del territorio mexicano y sus intrusiones en el Istmo Centroamericano, así como del marcado racismo y la división étnico-cultural.
            Para llegar a la concepción que hoy se tiene sobre la idea y el nombre de América Latina el tiempo ha resultado considerable, pues en su etapa de gestación se le denominó de muchas maneras. A este respecto, Ardao anota que “la idea y el nombre de América Latina pasa por un proceso de génesis que recorre las mismas tres etapas que la idea y el nombre de América. En el caso de América lo constituyó el descubrimiento; en el de América Latina el proceso fue más lento y doloroso”.
            Dado que se está analizando el nombre de América Latina, sólo se dice respecto de América que este término fue propuesto para designar al continente por el canónigo impresor Gaultier Ludd, el cartógrafo Martín Waldsee Müller y por el humanista y poeta Matías Ringman, los tres del Gimnasio de San Deodato, el 25 de abril de 1507, en un folleto de 52 páginas de nombre Introducción a aquellos principios de Geometría y Astronomía necesarios a este fin, además de las cuatro navegaciones de Américo Vespuccio.
            Como se anotó en la definición, el término América Latina sólo se explica en su origen, en relación con la América Sajona; aunque es prudente advertir que el término América Latina no surgió como nombre, sino evolucionó primero como idea a partir del análisis de la latinidad. Ardao dice que esta idea tiene dos grandes acepciones: la primera “alude al orbe cultural del latín en tanto operó como idioma vivo en la antigüedad y comienzos del Medioevo, con todas sus variantes internas desde la alta a la baja latinidad”. En una segunda, alude al arte cultural generado por los idiomas llamados neolatinos o latinos a secas, que surgen en la Europa Medieval para expandirse, después del Renacimiento por todos los continentes como su correspondiente lengua epónima la primera es una latinidad muerta. Como sus correspondientes lenguas de expresión y significación, también con todas sus variantes internas, desde las originarias europeas a las ultramarinas, la segunda es una latinidad viva pero no por ello deja de existir una estricta continuidad histórica. (Ardao, 1965).
             Esta segunda empezó a partir de un centro geográfico cubriendo áreas cada vez más extensas, siendo la primera, la joven Roma, le siguió Italia, el Mediterráneo, Europa y después el mundo, las cinco partes en épocas que abarcan desde la antigüedad hasta el siglo XX.
            Así como se empezó a extender la idea de latinidad en el mundo, ésta no se aceptó totalmente, pues las diferentes regiones conservaron núcleos de procedencia no latina. A este respecto, Ardao dice a manera de ejemplo: “Tres de ellas, España, Francia y Portugal, engendrarían a su turno América Latina. La latinidad de ésta regida siempre por el fenómeno lingüístico-cultural tiene múltiples diferencias de grado con las de sus naciones madres. No mayores, empero, que la que mantiene la latinidad de la Roma Clásica, comprendida la propia Italia, con la paradigmático latinidad de la Roma Clásica. Bajo un aspecto significativo, la mitad de los países latinoamericanos México, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Cuba, Haití, Perú, Chile, Paraguay, Uruguay ostentan un nombre de origen idiomático no latino” (aunque se anota que lo mismo sucede con Francia cuyo nombre es de raíz germánica).
            El mismo Ardao indica en América Latina y la latinidad que la primera idea como idea de una América Latina, debió esperar a mediados del siglo XIX para surgir. Fue así porque la idea matriz de una Europa Latina pese a mentar una realidad mucho más antigua, fue sólo en el mismo siglo, en forma prácticamente simultánea, que a su vez surgió. Queremos decir que fue entonces que por primera vez se manifestó en su literal enunciación, la idea de latinidad en la moderna acepción y uso de concepto historiográfico, a la vez que de categoría de la filosofía de la historia, de la filosofía de la cultura y hasta de la filosofía política (Ardao, 1993).
          Con el surgimiento de la expresión Europa latino dio comienzo a una transformación y valoración lingüística de la antigua Romania, esta transformación estaba destinada a llevar el concepto de latinidad a todos los continentes. Aunque cabe aclarar que la idea orgánica de Europa latina no se sostenía del todo hacia principios del siglo XIX, mucho menos en esa época se definía la idea de una América Latina, y aun cuando algunos historiadores han querido ver en los humanistas clásicos la idea de la latinidad no se puede afirmar que sea así. Tal es el caso de Alexis de Tocqueville, quien en su libro La democracia en América de 1835 habla de América del Norte y América del Sur, pero no deAmérica Latina: “La América del Sur es cristiana como nosotros; tiene nuestra leyes y nuestros usos; encierra todos los gérmenes de la civilización que se desarrollaron en el seno de las naciones europeas y de sus descendientes; América del Sur tiene, además, nuestro propio ejemplo: ¿Porqué habría de permanecer siempre atrasada?”.
         Con la cita anterior se puede decir que de haber existido la idea de latinidad en y para nuestro continente no se habría dejado de lado. De la misma manera que se ha rastreado a Tocqueville se pueden hacer observaciones en otro de los grandes viajeros que llegaron a la región hispanoamericana: Alexander von Humbolt (1769-1859), en su obra Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. X, capítulo XXVI, publicada en 1825   (p. 140), hace referencia a Europa Latina, no así a una América Latina:
            Resulta, pues, que si en las investigaciones de economía política, se acostumbra a no considerar sino masas, no se podría desconocer que el continente americano no está repartido, hablando propiamente, más que en tres grandes naciones de raza inglesa, española y portuguesa, a la parte continental del Nuevo Mundo se encuentra como repartida entre tres pueblos de origen europeo: uno, y el más poderoso, es de raza germánica; los otros pertenecen por su lengua, su literatura y sus costumbres, a la Europa Latina.
             Asimismo y sólo para no dejar de lado al célebre Hegel (1770-1831), pues este término parecería manco, se puede observar que en su ya clásico: Lecciones sobre filosofía de la historia universal (producto de sus lecciones dictadas entre 1822-1830) hace uso de los hombres de América refiriéndose a ésta como: “Nuevo Mundo”, “América del Norte”, “América del Sur”, aunque sólo fuese para dejarlos fuera de su teoría sobre la evolución del espíritu. En el citado texto dice: “América debe apartarse del suelo en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal. Lo que hasta ahora acontece aquí no es más que el eco del viejo mundo y el reflejo de ajena vida. Esta masa de esclavos se ha establecido junto a los germanos; pero este elemento aun no figura en la serie de la evolución del espíritu y no necesitamos detenernos en él”.
            Como se ve, la idea de América y sus otras denominaciones ya estaban en ciernes en los principios del siglo pasado. No fue sino hasta 1836, cuando Michel Chevalier (1806-1879), en la introducción de su libro Cartas sobre la América del Norte empieza a bosquejar la idea de América Latina, anotando que no es en las cartas (escritas entre 1833-1835) donde se plasma la idea, sino en la introducción de la citada obra. En ésta se puede observar cómo la idea de América Latina, aunque de forma embrionario, señala la ruta de esta idea que desembocará en la denominación del “continente del sur”.
            Nuestra civilización procede de un doble origen de los Romanos y de los pueblos germánicos. Así hay la Europa Latina y la Europa teutónica; la primera comprende los pueblos del Mediodía, la segunda, los pueblos continentales del norte de Inglaterra. Ésta es protestante, la otra es católica. Una se sirve de idiomas en los que domina el latín, la otra habla lenguas germanas. Las dos ramas latina y germana se han reproducido en el Nuevo Mundo. América del Sur es, como la Europa meridional católica y latina. La América del Norte pertenece a una población protestante y anglosajona... Unos y otros ocupan en Europa y en América, sobre la tierra y en medio de los mares, admirables puntos avanzados y excelentes posiciones alrededor de esa inmóvil Asia en la que se trata de penetrar.
            Se observa cómo la idea de América Latina empieza a hacer revuelo en la mente de otros escritores viajeros contemporáneos de Chevalier. Así vemos a Benjamín Poucel, quien en sus opúsculos de 1849 y 1850 denominados: De las emigraciones Europeas en la América del Sur y Estudios de los intereses recíprocos de la Europa y la América, Francia y la América del Sur, dice:
         En presencia de los acontecimientos tan importantes para el porvenir de las relaciones políticas y comerciales de Europa con América ¿Qué hace Francia? ¡Nada! Hace aun algo peor, porque su política en el Río de la Plata (ese campo cerrado donde deberá resolverse la gran cuestión de las razas en América), en lugar de favorecer a la raza latina de la cual ella es protectora nata contra la doble invasión de la raza anglosajona por el norte y por el sur, favorece gracias a su inacción irreflexivo, las usurpaciones y la dominación futura de la raza anglosajona. ¿No es claro, en efecto, que la unión más estrecha debería confundir los intereses franceses y el interés de América del Sur en un mismo fin, a saber: conservar a la raza latina la posesión soberana de esta magnífica parte del continente Americano? 
            Al lado de los nombres de Chevalier y Poucel, se puede agregar el del dominicano Francisco Muñoz del Monte, quien al igual que los franceses, se le puede ubicar entre los genetistas de la idea de latinidad de nuestro continente, no así del nombre, pues éste fue sustantivado y adjetivado por el bogotano José María Torres Caicedo (30 de marzo de 1827 ó 1830 al 24 de septiembre de 1889). A este respecto, Arturo Ardao afirma:
            Abstracción hecha del lejano antecedente del francés Michel Chevalier, de 1836, Torres Caicedo es, en efecto, en cuanto hemos podido verificar, el hispanoamericano que con más temprana conciencia de su porvenir histórico, aplicó a nuestra América en español “el calificativo de latina”, para repetir aquí sus propias palabras de 1875; aplicación convertida rápidamente por el mismo, en el nombre de América Latina. Sólo que, también en cuanto hemos podido verificar lo hizo por primera vez en 1856, no en 1851, como por error o acaso por errata tipográfica en aquellas mismas palabras se expresa.
            Esta fecha se puede constatar si se analizan los escritos de Torres Caicedo entre 1851 y 1855, pues en estas fecha utiliza América o América Española, incluso el 5 de junio de 1856 en su artículo “Agresiones de los Estados Unidos” publicado en el Correo de Ultramar, expresa: “Jamás se había sentido con más imperio que hoy la necesidad de llevar a cabo el gran pensamiento de Bolívar: la confederación de las naciones de la América Española”. En el mes de junio, motivado por las mismas razones que Caicedo, el chileno Francisco Bilbao da un paso más al hablar de la raza latinoamericana: “Hoy las guerrillas avanzadas despiertan el Istmo... He ahí un peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos, tan poca fe en los destinos de la raza latinoamericana?”. Empero, si bien en este escrito Bilbao empieza a adjetivar a la raza de nuestra América no da el paso definitivo. Y fue hasta el 26 de septiembre de 1856, que en el poema titulado “Las dos Américas”, publicado en Venecia por Torres Caicedo, que en su primera estrofa, parte IX, se lee: “La raza de la América Latina al frente tiene la sajona raza”.
            Con esta sustantivación y adjetivación de América ahora sí Latina empieza una ardua labor de valorar política y culturalmente el nombre de América Latina, pues a este nombre el mismo Torres Caicedo lo tomaba en un principio como equivalente de América Española. Esto se puede observar en el artículo del 1 5 de junio de 1858 del Correo de Ultramar:
Amantes sinceros de la América española, le deseamos todo bien, mucha prosperidad, grande honor; pero por desgracia, nadie puede impedir que los hechos no sean como son; y al cronista no es dado presentar los acontecimientos bajo un falso aspecto, ni tampoco callarlos. Acogemos con sumo placer y nos apresuramos a registrar en esas hojas cuantos sucesos dignos de alabanza tienen lugar en las regiones hispanoamericanas; pero nuestro deber con este periódico es el hacer una reseña exacta de cuanto pasa en los Estados de la América Latina, sin tener en consideración nuestros deseos y aspiraciones personales como amigos de esas repúblicas.
            Esta reiterada mención del nombre de América Latina se hace en virtud de que a partir de 1860 se extendió la falsa creencia de que la denominación “América Latina” fue acuñada por los ideólogos de Napoleón III, con el fin de justificar su intrusión en México. En relación con esto, Ardao anota: “Tal equivocada creencia tiene por fuente un estudio publicado en 1968 por el investigador norteamericano John L. Phelan, bajo el título de Panlatinismo, la intervención francesa en México y el origen de la idea de Latinoamérica”.
            Se puede seguir buscando y rastreando el origen del nombre de América Latina; sin embargo, para el propósito del presente trabajo sólo resta anotar que la primera etapa del nombre de nuestra América se cierra en 1870, fecha en que la denominación América Latina es aceptada por propios y extraños

            Ardao, Arturo. América latina y la latinidad, UNAM-CCyDEL, México, 1993. Ardao, Arturo. “La idea de la Magna Colombia de Miranda a Hostos”, en Ideas en torno de Latinoamérica, vol. I, UNAM-UDUAL, México, 1986.  Gómez Robledo, Antonio. Idea y experiencia de América, FCE, México, 1958. Hegel Wilhelm, Georg Friederich. Lecciones sobre filosofía de la historia universal, trad. José Gaos, 4ª ed. Revista de Occidente, Madrid, 1974.  Phelan L., John. “El origen de la idea Latinoamérica”, en Ideas en tomo de Latinoamérica, vol. I, UNAM-UDUAL, México, 1986. Thierry, Agustín. Consideraciones sobre la historia de Francia, trad. José Luis Romero, Ed. Nova, Buenos Aires, 1974. Toqueville, Alexis de. La democracia en América, 2ª ed.  FCE, 1963. UNAM. Conciencia y autenticidad histórica. (Escritos en homenaje a Edmundo O’Gorman), México, 1968.

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